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The End festeja 30 años con la música de Pink Floyd: banda en vivo vs. holograma, esa es la cuestión

Como parte de la celebración de sus 30 años, que ya tuvo un capítulo en el estadio de Obras Sanitarias, The End vuelve este sábado 30 de octubre al Gran Rex para interpretar parte de la obra de Pink Floyd. Eso que tantas veces es llamado “tributo”, palabra que la banda prefiere evitar, según admite su cantante, Gorgui Moffat. “Sabemos que está mal visto”, dice.

El argumento que esgrime a favor de esa decisión es inapelable. “Porque -explica- la primera pregunta que viene, siempre, es: ‘¿Por qué no dejan de imitar y hacen su música?'”

-¿Y no es una pregunta válida?

-Sí. Me parece que toda postura es válida, pero cuando nos plantean eso, nuestra respuesta es: ‘¿Entonces qué hacemos? ¿Dejamos de tocar Mozart? ¿No lo tocamos más?’

The End, el Colón y una Buenos Aires que los escucha tocar Pink Floyd desde hace tres décadas. Foto: Rafael Mario Quinteros

Intérpretes, mejor que tributo​

-Acá enfrente -desde el lugar en el que avanza la charla se ve el lateral del Teatro Colón que da a Viamonte en todo su esplendor- a nadie se le ocurriría decir que la estable es una “orquesta tributo”, y en definitiva no hacen sino interpretar las obras de otros.

-Tal cual. Por eso nos gusta decir que somos intérpretes de esta música. Porque, en realidad, no imitamos, no nos disfrazamos, Matías, que toca la guitarra, no tiene una panza como (David) Gilmour ni tiene su instrumento, yo no cambio la voz cuando hago temas de Gilmour o de (Roger) Waters…

-¿No tienen los mismos instrumentos? ¿No es lo más adecuado, para lograr el sonido más fiel posible al original?

-Sí, y en verdad Matías toca con una stratocaster en los temas en los que Gilmour lo hace. ¡Hasta tocó con la de Gilmour! También usa la telecaster, porque los Floyd la usaron para alguna canción. Charly, que es fanático de los teclados, tiene un minimoog y usa algunos teclados de época. Pero no imitamos.

Aunque ahora en la sala de ensayo que la banda tiene en pleno centro son ocho músicos -dos guitarras, batería, bajo, dos teclados, un “disparador” de efectos y Moffatt, los integrantes de la formación completa de The End, de la que ahora faltan el saxofonista y tres coristas, son 12.

La formación completa de The End está integrada por 12 músicos. Foto Prensa

El factor MarillionDe ellos, apenas tres sobreviven de sus inicios, curtidos en la zona Norte del Gran Buenos Aires, cuando eran exactamente la mitad y vieron pasar de largo a tres cantantes. Hasta que uno de los tecladistas del grupo se encontró con Gorgui en una fila, frente a la disquería Big Bear, a la espera de que Fish, el primer cantante de Marillion, les firmara un disco. 

Palabra va, palabra viene, Moffatt contó que era cantante, Charly que la banda necesitaba uno, quedaron en probar y ver qué pasaba, y lo que pasó fue que desde entonces no cambiaron más de frontman.

Condiciones no le faltaban; formado en la comedia musical y en la actuación, había sido Cristo en una versión en inglés de Jesucristo Superstar, donde lo había visto un amigo de los The End, que no dudó en dar una valoración positiva. El perfil de Gorgui caía como anillo al dedo en la idea que el grupo venía masticando.

Así ensaya The End; un espacio pequeño para una música universal. Foto: Rafael Mario Quinteros

“De alguna manera, no es que quisieran despegarse de Pink Floyd, pero lo cierto es que ellos están muy estáticos en escena, más alla de que tocan que se te caen las medias. Nosotros sentíamos que teníamos que hacer algo más, un valor agregado, justamente porque no éramos Pink Floyd”, recuerda el cantante, que reconocer haber asumido su lugar sin restricciones.

“Entonces -resume-, muchas veces, cuando estoy en el escenario, hago cosas que Pink Floyd no haría ni en pedo. Por ejemplo, en Run Like Hell bajo al público, corro, camino… Algunos puristas del grupo nos criticaron por eso. Pero lo tomamos bien, porque nosotros no somos Pink Floyd. Y yo no tengo ningún instrumento en la mano, sólo canto, así que puedo actuar, me tiro al piso…”

Paso a paso, del norte al centro-¿Cuál era la mayor ambición que tenían, en aquel momento?

-Que nos fuera bien en nuestro grupo cercano, tocando en pubs y teatros en San Isidro, que es donde nació la banda, Pero la cosa fue tomando otras dimensiones, de los pubs a los teatros, de los teatros a música propia, que nos dimos cuenta que no caminaba.

La búsqueda está orientada a encontrar el mejor sonido para recrear la obra de Pink Floyd. Foto: Rafael Mario Quinteros

-¿Por qué?

-Porque estábamos, ante todo, fuera de tiempo. Hicimos un disco y se lo llevamos a un productor. Le gustó, pero nos dijo que si se lo hubiéramos llevado 10 años antes habría estado bárbaro. Y sentíamos que tenía razón. De pronto, hacíamos un teatro con música propia para amigos, y metíamos 200 personas. A la semana siguiente tocábamos Pink Floyd y hacíamos cuatro presentaciones para 500.

-Por un lado, para el seguidor debe ser difícil verlos hacer otra cosa, y al mismo tiempo se debe complicar convencer al que los tiene por referencia floydeana…

-Bueno, hay una anécdota que no sé si es real, de la banda Rael, que hacía música de Genesis, que cuenta que cuando empezaron a mechar temas propios la gente no lo tomó del todo bien. Y, de hecho, es lo que pasa acá.

No obstante, Gorgui cuenta que a partir de una sugerencia del presidente del Lawn Tennis Club, donde fueron contratados para ponerle música a una fiesta, comenzaron a armar un repertorio de temas de los ’80. “Un popurrí con algo de Soda y otras internacionales como Simple Minds, Bon Jovi, Queen, Billy Idol…”, enumera.

El resultado fue inesperado. “A medida que pasaban los temas, la gente se paraba a cantar, bailaban… Ahí nos dijimos: ‘Ché, nos estamos perdiendo algo acá’. Y armamos otra banda paralela, Backline, que hace rock de los ’80”.

Escudado detrás de un generoso arsenal de tambores, Alejandro Pérez Sarmenti sostiene la base rítmica del grupo. Foto: Rafael Mario Quinteros

-¿Cómo fue evolucionando el vínculo de The End con la música de Pink Floyd?

-Tuvimos una época en la cual pensábamos mucho en el espectáculo, pero con poca cabeza Floyd. Una vez armamos un compilado de unos 20 minutos de los tres temas más largos de Animals: Dogs, Pigs (Three Different Ones) y Sheep. Y hoy, cuando lo escuchamos, nos queremos matar. “¿Por qué nos metimos en eso?”, nos preguntamos.

Hoy, en cambio, hacemos los tres temas por separado; tenemos en claro que no podemos meter cinco temas largos en el show porque si no, la gente se derrite. Los fanáticos estarían chochos pero siempre apuntamos también al acompañante del fan. 

-Antes decías que el objetivo era que les fuera bien “en el barrio”. ¿Cuándo sintieron que estaban para algo más grande?

-Fue una progresión. Nos estaba yendo muy bien en Zona Norte y, muy pendejos caras rotas, fuimos a tocar timbre en el Gran Rex. Alberto Cordero, uno de los dueños, nos dijo: “No, muchachos esto no es así. ¿Quiénes son ustedes? Primero hagan teatros más chicos y después vamos viendo.”

The End en el Gran Rex; un escenario que los vio crecer y ahora los verá festejar sus 30 años. Foto Mario Quinteros

Nos fuimos con la cola entre las patas, caminamos hasta el Coliseo, y ahí hablamos con un italiano divino que nos propuso hacer una fecha. La hicimos y explicó. A la semana volvimos al Gran Rex; y el tipo ya sabía cuánta gente habíamos metido, como nos había ido y nos dijo: “Ahora sí”.

En esa época estábamos muy ligados a una empresa de iluminación que se llamaba Megaluz, que había impulsado mucho a Mambrú y a Bandana. El dueño era muy fan de Pink Floyd y nos propuso hacer la puesta. Metió los móviles, compramos la pantalla (el ojo), y la gente se dio cuenta de que estábamos subidos a un tren del que ya no nos íbamos a poder bajar.

-Suena muy profesional, pero ustedes tienen otros trabajos, ¿o no?

-Todos tenemos otra cosa. Tal vez Mariano, el segundo guitarrista tiene su estudio, compone, graba y produce, Hernán es diseñador grafico, Charly administra este edificio, Jano es comerciante, yo soy profe de educación física y teatro…

-¿Cómo combinaron esa vida con ésta?

-Dejó de ser un hobby. Cuando hicimos The Wall en el Luna Park, en 2004, lo empezamos a pensar y teníamos miedo de quedarnos cortos. La gente tenía grabado a Roger Waters en Berlín, la pared, ladrillos gigantes que se caen, bandas invitadas. Queríamos emular eso en el Luna, pero no podíamos quedar a mitad de camino. Queríamos que la gente saliera con la cabeza volada. Y lo logramos.

Teníamos coros, un cuarteto de cuerdas, actores, el avión que pasaba por sobre la gente, la pared de 40 metros x 7 de alto, explosiones… Y funcionó. Llenamos el Luna Park y perdimos plata a rolete. No importaba. Nos colocó en un lugar a partir del cual The End está catalogada de una manera distinta. ¿Somos una banda tributo? Sí. Pero nos reconocen por otras cosas.

-¿En algún momento decayó el entusiasmo? Tal vez después de algún gran logro…

-Hemos tenido esos momentos. Pero hay algo raro, que es que a The End , lamentablemente, le va bien cuando al país pero le va mal. Porque no vienen bandas de afuera y la gente consume más lo interno. Y el secreto de todo es que somos amigos, la pasamos bien y es nuestro cable a tierra.

A mí me encanta venir a ensayar. Y el otro proyecto con música de los ’80 nos dio otro aire, para estudiar y aprender a tocar y sobre todo escuchar otras cosas.

The End en plena acción, en el Teatro Coliseo. Foto Prensa

-¿No escuchás Pink Floyd?

-Es muy difícil que lo escuche en mi casa, porque es un laburo. Hemos tocado cosas de Pink Floyd más veces que las que lo hicieron ellos. The Final Cut no lo tocaron nunca en vivo. Nosotros sí. De hecho, cuando vinieron a tocar como invitados Jon Carin, Guy Pratt y Durga McBroom, nuestro miedo mas grande era el ensayo y qué iban a decir de lo que tocamos y pasó algo muy loco.

-Qué sería…

-Como había venido Pratt, en el primer ensayo íbamos a hacer One of These Days, que tiene un bajo muy preponderante. Pero a mitad del tema, el tipo paró todo. “Hicimos una vuelta de más”, dijo. “¿Estás seguro?” “Sí. claro.” Así que lo sacamos y listo.

Al día siguiente, cuando nos juntamos de nuevo para ensayar, el tipo dice: “Che, llegué al hotel, escuché el tema y tenían razón ustedes”. ¡Y era lógico, porque nosotros estamos encima de esta música todo el tiempo. 

-¿Qué tanto se permiten improvisar o cambiar algo de los originales?

-La verdad que poco. Porque estamos en la lupa del fanático. Hay uno de los guitarristas, que toca bárbaro y que hace la mayor parte de los solos de Gilmour, y si se corre un poquito del original dicen que se equivocó. Lo tienen tan escuchado que piensan eso. Si lo hace Gilmour, hablan de una nueva versión. Pero si lo hacemos nosotros, es un equivocación.

The End, en su lugar de encuentro semanal, donde la banda mantiene ajustado el mecanismo para interpretar la música de una de las bandas más grandes de la historia del rock. Foto: Rafael Mario Quinteros

-¿Te lo recriminan?

-Bastante. Aunque cuestionan más el hecho de que sea más un frontman con mucho movimiento que un cantante que se queda quieto. A veces me tiran mierda. Pero no me importa.

-¿El público fue cambiando?

-Nuestro club de fans son de Rosario, ¡y tienen 50 años! Jajaja. Nosotros teníamos el prejuicio de que venía la misma gente. Pero desde que empecé a preguntar quién viene por primera vez, más o menos el 60 por cuento levanta la mano. O sea que se va renovando.

Y sentimos que tenemos mucha tela por cortar; acá, en el interior. Un día nos convocaron de Formosa, Chaco y Corrientes, y pensamos quién iba a ir a vernos. Los teatros estaban llenos y el recibimiento era bárbaro. Teníamos planeado un viaje a Mexico y Brasil, que nos frustro la pandemia.

Desde la sala llega el sonido de Dogs, mientras esperan a que Moffatt se incorpore para iniciar el ensayo. Acá, el cantante cuenta que tiene la certeza de que tanto Gilmour como Waters saben de su existencia, pero no de que los hayan escuchado. “A Waters, uno de los muchachos le dio un demo en la mano; no sabemos si lo usó de apoyavasos o qué. Pero le llegó”, dice. 

Plena concentración, en busca de la interpretación perfecta. Foto: Rafael Mario Quinteros

-Supongamos que viene Pink Floyd para “tocar” en formato de holograma en un teatro, y ustedes tocan en el de al lado. ¿Quién tendría más convocatoria?

-Te voy a decir algo políticamente incorrecto: cuando fuimos a ver The Wall a River, me faltaron cinco para el peso. Se notaba que era un playback tremendo en muchos temas y me faltó que me golpeara acá (se golpea el pecho). La puesta era monumental, pero musicalmente lo siento más cuando tocamos en vivo nosotros. Pero si viene Floyd en holograma, los van a ver a ellos.

-¿Con qué se van a encontrar quienes vayan al Gran Rex el 30?

-Vamos a hacer cosas de distintas épocas; desde la de Syd Barrett hasta Division Bell. A veces hacemos discos enteros, pero esta vez, al tratarse de un festejo, hacemos un poco de todo, con una puesta en la que cambiamos la pantalla redonda por una de leds, que tiene una definición fantástica. Todo lo necesario para que la experiencia esté buenísima.

The End celebra sus 30 años junto a la música de Pink Floyd con un concierto en el Teatro Gran Rex el sábado 30 de octubre a las 21 horas. Entradas desde $900, a través de Ticketek.

E.S.

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