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El “psicólogo” de los dinosaurios: cómo era la vida social de las bestias prehistóricas

“Eran jóvenes. Cuando los encontramos estaban recostados unos sobre otros, no cada uno por su lado. Comían lo mismo, se movían a la misma velocidad. Tenían un comportamiento social complejo. Una estructura interna”. Quien habla no es psicólogo ni sociólogo. No alude a un grupo de adolescentes desafiantes ni a una secta religiosa. Son dinosaurios. El que los nombra es Diego Pol.

Está en Trelew, Chubut, en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF), donde trabaja como investigador principal del Conicet, el penúltimo escalafón de los cinco que integran esa carrera científica. A sus 47, Pol es muy joven para haber alcanzado esa categoría.

Tiene algo alucinante hablar con una persona que parece común pero hace décadas pasa 60 a 90 días por año (básicamente, el verano entero) en el medio del desierto de Santa Cruz, durmiendo en carpa y dedicando unas nueve horas por día a buscar y desenterrar huesos y huevos de dinosaurios bajo una sequía, un viento y un sol como mínimo demoledores.

Que desde chico entendió -con la fuerza de lo irrefrenable- que su papel en este mundo era ingresar en la milimétrica abertura del tiempo impresa en lo más remoto: un simple objeto.

Un hueso, por ejemplo. Un hueso tirado ahí, en el medio de la nada. Un hueso y una nada que había que transformar en “todo”. Y para eso, era imperioso buscar y encontrar. Luego, descifrar.

El paleontólogo Diego Pol (sentado), trabajando en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF).

En ese túnel temporal vive Pol, ya desde los 16 años. No se entiende mucho cómo al mismo tiempo es un típico padre de familia con tres hijos adolescentes. Dice que entienden los pro y los contra de su estrambótica vida.

En contra, largas ausencias por las expediciones, que Pol y sus colegas llaman “salidas al campo”. A favor, todas las veces que ante la pregunta por el oficio de su papá pudieron deslumbrar con un desinteresado “mmm… busca dinosaurios”.

Hace poco Pol entendió algo revelador sobre unos dinosaurios en particular: los “jóvenes” del primer párrafo. No son los mismos por los que Clarín lo había contactado en 2020 y en 2018, los apodados “bagualia alba” y uno de talla XXL bastante impresionante, el patagotitan mayorum.

Hablamos ahora de los mussaurus patagonicus. Quedaron prácticamente freezados bajo unas dunas por algún evento de gran sequía. Y así los fue encontrando Pol a lo largo de años, junto con un gran equipo de colegas de distintas provincias y también del exterior, que él se preocupa por nombrar con dedicación.

Andaban en manada y habían creado un nido reproductivo a orillas de un lago. Lo cuenta con detalle y frescura.

“Los encontramos en posición de vida”, resume, todavía maravillado.

Tenían 193 millones de años.

El tiempo ¿Cuál es la diferencia entre un millón y 193 millones de años? La cabeza pedalea en falso intentando lidiar con lo irrepresentable.

“Era lo que se conoce como período Jurásico”, aporta Pol, consciente de las ventajas de cierta terminología popular.

Encontraron unos 80 dinosaurios y más de 100 huevos. Lejos de ser prehistórica, la escena tiene su cuota futurista: debieron viajar a Francia para usar un sincrotrón, es decir, un acelerador de partículas que les permitiera visualizar los embriones, cosa de entender el germen de esos seres que pisaban este mundo con 60 gramos y lo dejaban con 1.500 kilos.

Dos metros de cabo a rabo. “Los típicos herbívoros de cuello largo”, define. La imagen es clarísima.

A los pocos minutos de la charla se entienden, igualmente, algunas cualidades, pero no de los dinosaurios sino del investigador. Persistencia, paciencia y ambición.

“Sí, una cualidad mía es haber sabido perseguir objetivos a lo largo del tiempo”, dice.

Pol (primero a la derecha) con autoridades del Feruglio y del Museo de Historia Natural de Nueva York, en la presentación del Titanosaurio en el museo neoyorquino. Foto AFP Archivo

También, “tener intereses múltiples me ha jugado a favor porque si uno se hiperespecializa en una cosa chiquita, hay un mundo que te puede pasar al lado y ni te das cuenta. Ampliando la mirada tal vez te llamen la atención cosas buenísimas. Te permite redirigir la atención”.

¿Todo el día agachados buscando huesos? “No”, asegura, pero la respuesta no consuela: “La mitad del tiempo caminamos buscando restos en la superficie. Después sí, en las excavaciones es distinto”.

Juega al squash y le interesa “el mundo del vino”. Es fácil imaginarlo conectando las cualidades de una cepa con cierto terruño. Un erudito de lo terrestre.

Una meta De chico, en los primeros años en Rosario, Santa Fe, ¿sería el típico “enfermito” por los dinosaurios? Da a entender que sí.

Sin embargo, ya iba al Colegio Nacional de Buenos Aires cuando a los 16 se enganchó como voluntario del Museo de Ciencias Naturales de Parque Centenario: “Ayudaba, limpiaba cosas y un día me invitaron a una expedición en Mendoza. Ya tenía 18. Ahí conocí un poco la tarea. El lunes, martes y miércoles de un paleontólogo”.

Sigue, así, el camino lógico para quien tiene una meta clara: de Paleontología en la UBA al doctorado en Estados Unidos, con beca de la Universidad de Columbia para trabajar en “la meca”.

Se refiere al Museo de Historia Natural de Nueva York, desde donde hizo, entre otras, expediciones a lugares recónditos como Mongolia: “Ahí se encaraban los proyectos más grandes. Ahí pasaba todo lo importante”. 

En 2006, otra vez en Argentina, se instaló en Trelew, cosa de ya estar “en zona”. Le había echado el ojo a los restos fósiles de Santa Cruz que ahora son noticia: “Un investigador había encontrado unos pichones de dinosaurio. Pero era obvio que tenía que haber algo más”.

Había.

La panorámica que contempla el investigador parece inabordable. ¿Qué transmiten esos dinosaurios en manada, lejos de la típicamente solitaria vida de los reptiles? ¿Qué significa esa estructura social agrupada por edades, acertijo que él intenta descifrar? ¿Qué nos enseña ahora, en medio de una pandemia?

Pol está seguro: “Nos dice que los dinosaurios evolucionaron, ya desde el inicio, en estas criaturas sociales. Y esta puede haber sido una de las claves de su éxito”.

Un huevo fosilizado de Mussaurus, un hallazgo importante para entender que los dinosaurios eran criaturas sociales. Foto Reuters

Porque “se extinguieron, pero fueron la especie dominante en los ecosistemas durante más 100 millones de años. Es mucho más que lo que dominó cualquier mamífero. Nuestra especie tiene 200.000 años. El reinado de los dinosaurios fue increíblemente largo”.

La clave está en la adaptación, la “versatilidad ante las condiciones cambiantes”, asegura, y concluye: “El mundo no siempre fue como lo vivimos en los años anteriores a la pandemia. Ha cambiado y va a seguir cambiando, sea con pandemias como con el cambio climático. Empieza otra etapa. No vamos a volver a 2019. Las especies que persisten son las que se adaptan a los cambios”.

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