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Tigre campeón: Pablo Magnín, el filósofo del gol que siente un vacío existencial

“Las cosas más sublimes y bellas de la vida no se deben escuchar, ni leer, ni ver, se deben vivir”, escribió Soren Kierkegaard, el filósofo existencialista danés, uno de los autores favoritos de Pablo Magnín, el delantero de Tigre que acaba de coronarse campeón y máximo goleador de la Primera Nacional con 22 gritos. No lee los diarios, no mira tele, no usa redes sociales. Magnín nunca leerá este artículo.

En medio de los festejos en el estadio Florencio Sola, de Banfield, de la alegría por el ascenso, el delantero transitará varios estadíos. El del típico futbolista de cassette y dice que que está orgulloso del grupo, que fue un año duro, que se siente orgulloso de sus compañeros y que imaginó este momento desde el día que firmó con Tigre. El que no se sale del libreto, reconoce su gusto por la filosofía, la lectura y admite que lo que a otros aburre, a él le encanta.

Y también, como buen estudiante de filosofía, el que pone en plano diferentes los valores de la vida. Está feliz por el ascenso pero lamentará no llegar a ver con su novia el recital de los Rolling Stones. No le dan los tiempos para llegar a Hollywood, donde la mítica banda cerrará este lunes 23 de noviembre su gira “No filter Tour”.

Ahora que a los 31 años todos hablan de él, de sus 22 goles, de la huella que deja después de un año y medio en Tigre, ahora tiene los dos pies sobre la tierra. Muy diferente a sus comienzos en Unión de Santa Fe, allá por el año 2010. Entonces, pensaba que con 20 años, jugando en Primera, con el mejor auto, todos lo iban a conocer. Se creía algo que no era. Y le costó salir de esa burbuja y darse cuenta de que era uno más.

¿Habrá sido ese cambio de mentalidad el que le permitió amigarse con el gol? Como buen existencialista, lector también del checo Milan Kundera (autor entre otras obras de La insoportable levedad del ser -1984- y La fiesta de la insignificancia -2014-) y el francés Alber Camus (La Peste, 1947) a Magnín no le interesan las estadísticas.

Los números dicen que hasta hace tres años, apenas había convertido 27 goles, 9 en Unión, 17 en Instituto y uno en San Luis Quillota de Chile. Tras dos temporadas en San Martín de San Juan sin marcar, explotó: 7 goles en 12 partidos en Temperley, 16 en 19 en Sarmiento (goleador de la B Nacional 2019/20 hasta la suspensión por pandemia) y 29 en 46 en Tigre (y otra vez máximo artillero).

Pablo Magnín, en Instituto, hizo apenas 7 goles.

Aunque hizo 52 goles en 77 encuentros en los últimos tres años, con un promedio de 0,67 por partido, el oriundo de San Jerónimo Norte reconoce que el gol le produce un vacío existencial, que lo grita porque lo gritan todos, pero algo que se termina, que ya está. Sabe, y lo dice, que el puesto de delantero es distinto a todos, que tal vez no la toca en todo el partido y que en el último minuto la empuja y sale en todos lados, lo llaman de todos lados. Por eso no quiere subirse a un caballo que no es de él, de no creérsela más de lo que es.

Además de la Licenciatura en Filosofía que cursa desde hace un par de años a distancia, en la cuarentena se animó a pintar y ya cuenta con una media docena de cuadros, le gusta el rock y el blues y tiene al Indio Solari y los Rolling como sus favoritos. También lo definen un par de tatuajes de Diego: la cara, la firma y el diez. También uno de Diego Barisone, su compañero y amigo de las inferiores de Unión, que falleció en 2015 en un accidente automovilístico.

Pablo Magnín marcó un gol y se lo dedicó a Diego Barisone.

En su cuenta abandonada de Twitter ya no se pueden leer sus viejos tuits, de 2017, que anticiparon lo que vendría. “Disfruto de mi enfermedad”, con imágenes de discos de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota, y “Horacio Pagani, viejo sabio.. Dinámica de lo impensado”, bancando la forma de ver y sentir el fútbol del veterano periodista.

Con el poema Instantes, atribuido erróneamente a Jorge Luis Borges, Magnín reconoce que si tuviera que vivir su vida nuevamente, no elegiría ser jugador de fútbol. Aunque ama la profesión, hay otras cosas que lo llenan.

“Pablo es una persona muy especial. No tiene las costumbres típicas de un jugador de fútbol y me siento identificado con él. Además, tenemos cosas en común y eso hizo que tengamos una amistad muy linda”, confesaba hace unos días el volante Lucas Blondel, que llegó este año a Tigre desde Atlético de Rafaela. 

“La puerta de la felicidad se abre hacia dentro, hay que retirarse un poco para abrirla: si uno la empuja, la cierra cada vez más” también decía Kierkegaard hace más de dos siglos. Magnín la encontró y la empujó hacia el gol. Y, claro está, nunca leerá este artículo.

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