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“Todos estamos mintiendo”: las redes sociales y el peligro de querer parecernos a una selfie con filtro

Pómulos elevados y marcados, narices finas y puntiagudas, cejas perfiladas, labios gigantes, pieles lisas y sin poros, “efecto lifting”, pelos y ojos de otro color.

El uso extendido de smartphones y redes sociales, potenciado por la pandemia, permite cambios inmediatos en la apariencia de las personas. Nos volvemos casi irreconocibles, a un clic de distancia.

¿Qué pasa cuando esta especie de “realidad virtual” choca con el espejo y el viejo “cara a cara”? ¿Qué impacto tiene sobre la subjetividad de los individuos, convertidos en usuarios y consumidores permanentes de plataformas donde prima la imagen?

Bellas mentes”En el pasado, las caras o cuerpos retocados estaban en anuncios, en revistas. Hoy en día, cualquiera puede editar sus fotos y contrastarlas con las fotos sin editar. Esta es una novedad de época: la comparación social con nosotros mismos”.

Quien habla es Candela Yatche. Psicóloga de profesión, fundó “Bellamente”: una organización sin fines de lucro que promueve la diversidad corporal, sexual y de género.

Candela Yatche (foto) creó la Fundación “Bellamente”, para romper colectivamente con los estereotipos de belleza.

Ella supo aprovechar las redes para construir una verdadera comunidad. Su cuenta de Instagram @bellamentearg tiene casi 250 mil seguidores y seguidoras, que comparten sus experiencias, construyen puentes para pelear contra los estereotipos inalcanzables.

“Por cada foto que vemos publicada, hay 50 imágenes descartadas, muchísimas poses distintas y quizás dos apps de edición. ¿Cuántas fotos te sacas para subir una publicación a Instagram?”, preguntó Candela recientemente.

“Lo que más recibo de la comunidad es la insatisfacción constante: querer ser como un filtro. Estamos acostumbrados a las imágenes modificadas, las naturalizamos. Esto genera una distancia enorme entre lo que vemos y lo que somos”, agrega.

En cada publicación reafirma el derecho de todos los cuerpos a existir y ser libres: mediante noticias, debates, recomendaciones de libros y de producciones audiovisuales.

“La diversidad corporal no es una moda”. Foto: Bellamente.

Los productos y actividades que prometen la corrección de pretendidos “defectos” están particularmente dirigidos a cuerpos feminizados. También los filtros.

“En otros países, este tema está regulado. Acá, hace unos años, el Senado bonaerense votó una ‘ley anti-Photoshop’, para que las marcas explicitaran si sus publicidades habían sido modificadas digitalmente. Me parece fundamental que haya políticas públicas similares para las redes sociales”, cierra la activista.

Adolescentes en la mira El acceso a dispositivos móviles es cada vez más temprano. Y si la sobreexposición a las redes sociales afectan a los adultos, mayor puede ser el daño en la infancia y la adolescencia.

Problemas de autoestima, de autopercepción del cuerpo y de relación con los otros son algunas de las cuestiones que se ven en los consultorios a partir de la exigencia a la “perfección” (una palabra que denomina a muchos de los filtros) propia de plataformas como Instagram.

Los anuncios y el contenido que más circulan -determinados cuerpos, exigencias y estilos de vida- no ayudan.

Los filtros devuelven una imagen distorsionada y proliferan en las redes sociales. ¿Qué ocurre cuando se confronta con la realidad? Y ¿qué efecto tiene esta “identidad virtual” sobre los más jóvenes? Foto: Shutterstock.

“Los adolescentes utilizan las redes sociales para expresarse, para comunicarse con sus pares. De esta manera, van construyendo su identidad social en la red alejada, en muchas ocasiones, de su identidad física”, explica Silvina Pedrouzo, médica pediatra, enfocada en desarrollo infantil, secretaria de la Subcomisión de Tecnología de Información y Comunicación de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).

Los y las adolescentes atraviesan una etapa de vulnerabilidad, amplificada por la pandemia y el reemplazo del contacto cotidiano con los pares por las pantallas.

“Los jóvenes suelen ser muy críticos con su propia imagen y la de los demás. En esta búsqueda de aprobación, persiguen preceptos de belleza poco realistas. Por eso usan retoques y filtros -sobre todo, faciales-, para conseguir likes y aumentar su valoración, popularidad y aprobación en línea”, continúa Pedrouzo.

Adolescentes: la selfie, en todo momento. Foto Shutterstock.

La doctora plantea que el modelo a las influencers, quienes se valen de modificaciones excesivas de su imagen. Un marketing construido en torno a una “publicidad engañosa”.

Los adolescentes tienden a la inseguridad y el perfeccionismo. Aquellos que sufren de falta de autoestima o conflictos emocionales, están aislados o no cuentan con la contención necesaria pueden desarrollar incluso trastornos dismórficos corporales.

¿Qué son estos? Una preocupación excesiva por supuestos defectos en su apariencia física, generalmente percibidos solo por ellos.

“Generalmente son irrelevantes, cuestiones menores, que a veces ni siquiera existen. Esto genera tristeza, ansiedad, depresión y repercute en sus actividades sociales, en su vínculo con los demás, en sus actividades académicas. Y, en ocasiones, puede traer aparejados trastornos de la conducta alimentaria”, complementa Pedrouzo.

Muchas tomas, edición, comparación, opinión sobre el cuerpo ajeno. Según los expertos de la Sociedad Argentina de Pediatría, es importante hablar de las redes y los filtros con los y las adolescentes. Foto Shutterstock.

En este marco, promueve las relaciones cara a cara; los valores de diversidad, naturalidad y espontaneidad; que los chicos y chicas se valores; que vuelvan a lo auténtico. “Que no se saquen veinte selfies antes de elegir una”, sintetiza.

Por eso, habla de la importancia de que los padres o tutores -en primer lugar-, docentes y profesionales de la salud los acompañen durante su incursión en las redes. Para la Sociedad Argentina de Pediatría, este debate debe ser trasladado a las escuelas.

“No se puede prohibir la tecnología: hay que generar consensos, estar atentos a las publicaciones, para ver si su imagen sufre distorsiones y abordar la problemática en caso de que se presente. Se trata de una generación de nativos digitales y, como adultos, estamos educando futuros ciudadanos digitales”, cierra la doctora.

Narciso en el siglo XXI “Los filtros son un buen ejemplo de cómo podemos llegar a cambiar una foto, ya no en cuanto a contrastes, tonos o luces, sino transformando nuestro rostro o incluso todo el cuerpo, regidos por una brújula que a veces se torna enloquecedora. Se trata de la brújula del narcisismo, orientada hacia un único norte: el ideal de época”, afirma Jorge Catelli, profesor e investigador en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Catelli, quien además es psicoanalista y miembro titular en la Función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), analiza la inclinación generalizada -en muchos casos, adicción- a los filtros.

Introduce así dos elementos a los ya mencionados: el psíquico y el histórico. Según el profesor, el uso de filtros tiene más injerencia en las personas narcisistas. Y, si bien el narcisismo es “un aspecto constitutivo de la personalidad, en su versión hipertrófica, puede ser un aspecto dañino de sometimiento”.

El narcisismo es retroalimentado por la cultura de las redes sociales y, en casos extremos, puede tener consecuencias patológicas. Foto Shutterstock.

¿En qué sentido? “Se trata de un sometimiento muy particular que tiene que ver con intentar denodadamente satisfacer un ideal: el de belleza, de apariencia, de felicidad y así sucesivamente, en relación con lo que conforma ese conjunto de representaciones que a lo largo del tiempo va cambiando”.

El peligro, nuevamente, es fascinarse con los espejismos que ofrecen las redes “a tal punto de no reconocer a la persona real de la que partió la foto”. A mayor narcisismo, cuenta Catelli, existe un menor registro de estas variaciones. En determinados casos, pueden producirse situaciones patológicas, donde, además, no se toman como valiosos aspectos propios.

“Las redes sociales han potenciado esta estructura psíquica. El dispositivo de cada sujeto se ha transformado en una vidriera, para mostrarse, para ser visto… y también juzgado”, subraya. Las frustraciones que se desprenden del contraste entre el ideal y la realidad -así como la estigmatización, propia de las redes- pueden volverse intolerables.

Adolescentes angustiados, estresados e incluso con intentos de lastimarse -en ocasiones extremas- constituyen el costado más preocupante del asunto.

Vidas epectaculares (o vidas de espectáculo)Gabriela Bard Wigdor y Mariana Loreta Magallanes Udovicich escribieron el artículo “Instagram: la búsqueda de la felicidad desde la autopromoción de la imagen”. Doctora en Estudios de Género y Doctora en Comunicación respectivamente -entre otros títulos-, desarrollan sus actividades académicas dentro de la Universidad Nacional de Córdoba y el Conicet.

Bard Wigdor detalla que las personas se proyectan, a través de la imagen, como “productos” vendibles y comprables. Y esto aplica tanto a la confianza, como a la seducción y a lo laboral.

“Pareciera que lo que no se muestra no existe: observamos una integración de lo online y offline, una necesidad de existir en ambos registros”.

La adicción al like y la “tecnobiografía” distante de la real, otro aspecto que trae la sobreexposición a las redes sociales. Foto: Shutterstock

Al efecto placebo -tan reconfortante como efímero- de tener followers y likes para ser reconocidos y aprobados, se suma un cálculo social y económico.

Las investigadoras acuñan la idea de “empresarios (y empresarias) de sí”. Instagram actúa como un canal donde los usuarios deben mostrarse felices, apuntar a estándares de éxito, de niveles de vida, de belleza, de “salud”, de cuidado, característicos del neoliberalismo.

La productividad, el esfuerzo personal y el “gobierno de la propia vida” son, para ellas, tres de los condicionantes del momento.

“La imagen que construimos en Instagram no es ingenua: pasa por un conjunto de selecciones, tanto sociales como técnicas. A medida que adquirimos ‘me gusta’ y seguidores, acumulamos un capital potencialmente comercializable. Desde la perspectiva feminista, encontramos una serie de mandatos a los cuales responder. Pero también surge una lógica de autoexplotación, en la medida de que hay una sobreexigencia de presencia”, subraya Magallanes Udovicich.

La estructura del mercado laboral actual -signada por la precarización, la informalidad y el desempleo – también influye en la configuración de identidades en Instagram.

Cuando la imagen proyectada se choca con el “cara a cara”. Foto: Shutterstock

“En este momento del capitalismo, los sujetos estamos constantemente obligados a presentarnos en una vidriera, a la espera de ser seleccionados por el mercado. Uno de los valores predominantes es ser ‘nuestro propio jefe'”, acota su colega.

En resumen, “arrojados a la supervivencia de manera individual, sin lazos sociales fuertes, se de una explotación del ‘yo’, para poder ser explotados por otros”.

La lógica emprendedora y de competencia forma parte del mismo juego: las personas como imágenes, y las imágenes como mercancías, para enfrentar contextos de inestabilidad en distintos planos de la vida.

Se constata en las cuentas de influencers, pero también en los perfiles personales de millones de usuarios, principalmente mujeres. Allí proliferan viajes, rutinas de belleza, ejercicio, sociabilidad, decoración, balances perfectos entre trabajo y familia.

¿La consigna?: “Hágalo usted misma”. En este mecanismo, hay cuerpos negados, imágenes que no circulan.

“Hay un acuerdo tácito de que las imágenes no son reales. Los filtros, funcionan como ‘corrección normalizadora’, que permiten insertarnos en el círculo de lo ‘deseable’ o lo ‘vendible’. Construimos ‘tecnobiografías’, paralelas a la verdadera”, reflexiona Magallanes Udovicich.

Fotos, espejos y filtros. La necesidad de verse, ver y ser visto. Foto: Shutterstock.

Como Alicia, en el libro de Lewis Carroll, vale preguntarse: ¿qué hay del otro del espejo (ahora digital)? Las autoras realizaron entrevistas para comprender cómo se percibe esta distancia.

Notaron que la mayoría de los encuestados no considera que haya una “ficción”, sino que encuentran “soluciones técnicas” a cuestiones que antes requerían una intervención física, más costosa en cuanto a tiempo y dinero (maquillaje, gimnasio, cirugías, dietas).

“Vamos a envejecer, no importa cuántos filtros utilicemos. Todos sabemos que hay una irrealidad en Instagram, una desilusión esperada”. En definitiva, se da una complicidad: todos estamos mintiendo”, termina Bard Wigdor.

MG

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