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Leonor Benedetto en Mar del Plata: la playa desde la ventana e influencer en Instagram

Sentada junto a la ventana del bar del primer piso, que mira al mar, Leonor Benedetto está concentrada en su monitor. Compenetrada, tipea rápido, se nota que tiene gimnasia con la computadora. Con previo aviso, Clarín interrumpe “uno de los momentos más valiosos del día”, para conversar con la actriz, pero sobre todo con la mujer reflexiva y pensante. “Estoy escribiendo sobre mí, sí, he vivido muchas cosas, muchos años y estoy volcando en el texto experiencias jamás reveladas que es hora de contarlas”, anuncia con suspenso desde el hotel Sheraton de Mar del Plata.

Elegante, de punta en blanco, con zapatos “Fred Astaire”, Leonor cierra su PC, pide un café con leche y retoma. “Desde que llegué a principios del año me puse a escribir con la idea de sacar un libro, ya tenía lo tenía en mente hace tiempo, faltaba ponerlo en práctica. ¿Mis memorias? No lo sé. ¿Que como escribo? Sencillo, austero, con poca adjetivación. Pero voy a todos lados con mi cuadernito, siempre aparece algo para apuntar en los lugares más inesperados. Y si no hay cuaderno, una servilleta, o una hoja del diario”.

“Estoy escribiendo un libro sobre mí, sobre mi vida, hay historias nunca reveladas”, dice Leonor Benedetto. Foto: Marcelo Carroll Dice que tiene una rutina informativa en la que repasa todos los portales de noticias. “Me gusta estar al tanto de lo que sucede en mi país y sigo a analistas políticos, tengo admiración por la columna de Alejandro Borensztein, qué pluma, qué agudeza. También me gustan los editoriales de Carlos Pagni”. Prefiere no ahondar en cómo algunos actores se fanatizaron con la ideología kirchnerista. Enumera a algunos con una sonrisa de incredulidad. “La cantidad de gente linda que está tan afeada, qué espanto”. 

Hace diez años que Leonor no venía a Mar del Plata y en aquella oportunidad lo hizo con la reconocida obra “Brujas”. El retorno la tiene como una de las protagonistas de “Perdida Mente”, la pieza de José María Muscari en la que Benedetto se pone en la piel de una jueza de la Nación que padece Alzheimer. “Debo reconocer que sentía prejuicios sobre Muscari, de quien sabía bastante poco, ¿está mal? Los prejuicios suelen ser boludos, pero no dejan de ser juicios previos sobre algo o alguien”.

“Después lo conocí, advertí una cabeza muy desarrollada y hasta el día de hoy le agradezco a José María haberme ayudado a perder el sentido al ridículo, algo que siempre me paralizó”, remarca Leonor, que encarna a ese personaje que tanto disfruta sobre el escenario, “una mujer inteligente, pero también loca y medio estúpida”.

“Volví a Mar del Plata después de 10 años, cuando hice la obra ‘Brujas’. Volví a la ciudad y la encontré espléndida”. Foto: Marcelo Carroll Cuenta que se encontró con “una Mar del Plata espléndida” y que le gusta hacerse escapaditas sola con su auto. “Lo disfruto mucho, voy adonde me lleve la corriente y vuelvo cuando quiero. Soy de estar mucho sola en cualquier lado, pero acá en el hotel, escribiendo, me disfruto plenamente, al igual que cuando me surge salir. Nada mejor que estar bien con una… Es muy difícil compartir ratos con otro… tampoco me gusta ser la anécdota del día, entonces me gusta hacer la mía. Igual, hago una vida monacal, de mucho placer”.

Redescubrió el yoga y es de las escasísimas actividades que hace en compañía, ya que toma clases, aquí en Mar del Plata, junto a Julieta Ortega, compañera de elenco. “¿Si voy a la playa? -se mata de risa-. A la playa, con suerte, la veo desde la ventana, como ahora… No voy, nooo, no tomo sol hace 40 años, tampoco lo haría ni que me pagaran. Tengo mucho que hacer acá -acaricia la tapa de su computadora-, pero reconozco que el mar es especial, produce algo filosófico. ¿Viste que llaman La Feliz a esta ciudad?”.

Está asombrada por cómo ve a la gente de a pie. “Me llama la atención ver tranquilidad, calidez, educación. Veo gente cercana a ese estado que pareciera casi imposible en este país, que es la felicidad. Por lo menos en donde yo me muevo no percibo violencia y me resulta extraño, porque es una ciudad que desborda. Y la explicación que le encuentro es la conexión que se produce con el mar. En cambio, Buenos Aires y los alrededores me parecen tan hostiles y se culpa de esa virulencia al Covid, a las secuelas de bronca que le quedó a la gente”.

Apasionada “instagramer” Desde hace un tiempo, más precisamente durante el encierro de la pandemia, a Leonor le brotó una imperiosa necesidad de comunicarse con la gente, pero no tenía claro cómo. Y se abrió un Instagram “para escribir crónicas” en contra de lo que le sugerían sus hijos: “Pero mamá, la gente no lee, en Instagram publicá fotos, pero no escribas”. Desafiante, Leonor empezó a elegir un tema de la realidad, con una particular reflexión suya. Hoy tiene casi 34 mil seguidores.

“Encontré con mis crónicas en Instagram una maravillosa manera de comunicarme con el otro”, afirma. Foto: Marcelo Carroll Así como está embalada con su libro, sus crónicas de Instagram, que publica sólo los domingos y eligiendo un tema tras una intensa preselección de puntos, la tienen estimuladísima. “Como leo mucho las noticias, voy anotando cuestiones que me llaman la atención y el sábado elijo la temática y el domingo publico. Así lo vengo haciendo hace más de un año y me genera mucho placer invitar a pensar al otro, mostrar la realidad desde otro punto de vista del que habitualmente lo hacen los medios de comunicación”.

Visitar su cuenta (@leonorbenedetto_ok) permite encontrarse con una foto de portada criteriosamente elegida y un texto austero, objetivo y nada tendencioso. Entre los últimos posteos se encuentran el episodio que vivió Moria Casán en la playa, el furor de ventas del libro de Harry de Inglaterra, la pobreza infantil traducida en millones de niños en Latinoamérica y por supuesto no faltó el Mundial de Qatar y se preguntó si “en serio estaba en juego el honor de un país en un partido de fútbol”. Hasta discurrió sobre la importancia, o no, de un premio que le dieron como personalidad destacada de la Ciudad.

Leonor Benedetto habla de su fascinación por las redes sociales. “En Instagram encontré una manera de llegarle a la gente”, señala. Foto: Marcelo Carroll A los 81 años, Leonor habla de plenitud, de necesidad de hacer y de un dilema al que no le encuentra solución: “Necesito descansar mi cabeza, pero me resulta imposible”. Dice que tiene mucha energía, no sólo física, sino intelectual. “Me gusta hacer desde otro lugar, como me pasa ahora con la escritura. ¿Por qué lo hago? Supongo que por necesidad, una necesidad de hacer para el mundo, una necesidad de reconocimiento, aunque suene horriblemente vanidoso, pero es la verdad. Algún día, cuando esté muerta, me gustaría que alguien dijera: ‘Mirá qué bueno esto, lo escribió la Benedetto”.

Fascinada con sus redes sociales, Benedetto explica que publica los domingos a la noche, algo así como un ritual, “porque para mucha gente es un día, un momento atroz, porque no todos tienen un trabajo que necesariamente les da placer. Entonces cada domingo aparezco yo, como si fuera una lucecita. Pero me lo dice la gente, no lo estoy inventando… ‘Espero cada domingo para leerte’. ¿Si me presiona? No, para nada, sólo me pongo vanidosa insoportable, pero me celebro”.

No le tiene temor a las devoluciones agresivas, dice. “Tampoco las provoco, la gente no me cuestiona ni me insulta porque yo escribo de una manera en la que no juzgo, no ofendo, pero si cuestiono o me meto con cuestiones álgidas, lo hago con cuidado, con sutileza”.

Mi abuela Luisa Pocos saben que Leonor nació y se crió en Paraná, Entre Ríos. Reconoce que le quedan pocas cosas de la paranaense, pero algunos potentes recuerdos. “La omnipresencia del río era parte de mi vida, de mi rutina, el Paraná es lo que le da vida al lugar que me vio nacer, pero debo reconocer que no soy una mujer nostálgica. Para nada, no me pasó cuando viví en España nueve años… Venir a Mar del Plata tres meses no me dificulta, lo único que añoro es a Filomena, mi gatita”.

“Soy una mujer que echa raíces en cualquier parte, me adapto, no extraño, soy cero nostálgica”, dice Leonor Benedetto. Foto: Marcelo Carroll Dice que no es una persona desarraigada, pero se compara con el camalote, “una planta que, una vez al año, baja desde el Amazonas hasta el río Paraná formando como una alfombra verde muy consistente por la que andan mulitas, nutrias… Y yo soy como el camalote, tengo mis raíces sobre algo que se mueve. Soy así, me adapto, echo raíces donde me lleve el trabajo, no extraño mi casa, mi cama, mi baño… Estoy acá y estoy bien”.

Vuelven los recuerdos de Paraná, le gustó la idea de viajar por el tiempo y emerge la gran figura de su niñez, la postal principal de aquel paisaje agreste: Luisa, la abuela materna. “Yo soy Luisa Leonor”, puntualiza. “Era una mujer generosa, no la recuerdo jamás quejándose… Recién diez o quince años después de su muerte me di cuenta de lo pobre que era. Y sin embargo, nunca me lo hizo saber. Pero cuando regresé a Paraná mucho tiempo después y retorné a esa casa que marcó mi vida, allí noté lo poco que tenía y lo mucho que hacía y que me daba”.

Luisa la esperaba a merendar con “el mejor café con leche que nunca jamás volví a tomar. Algo que puede ser sencillo, ella lo hacía como los dioses. Y a la noche me preparaba mi plato preferido por entonces: hígado frito con cebolla. Para chuparse los dedos”. Asiente como quien se da cuenta de algo mucho tiempo después. “Es que no había otra cosa, apenas le alcanzaba para eso. Pero Luisa era una persona rica en imaginación, muy pícara, divertida y chismosa. Siempre jovial y activa, sin un puto peso, pero ella tenía todo lo demás que un millonario envidiaría”.

Se transforma la cara de Leonor recordando, quizás, a la persona más importante de su infancia. Dice que nunca más volvió a comer hígado con cebolla, “pero con sólo recordarlo, el sabor vuelve a mi memoria”. Enfatiza que nunca la vio flaquear, “tenía agallas, siempre sola, porque el abuelo se mandó a mudar, la abandonó como se debe y con seis hijos -ironiza- sin miramientos”.

La abuela Luisa lo daba todo por su nieta Leonor “pero no había miradas, gestos de cariño, ni abrazos. El amor para ella era otra cosa… el café con leche con pan con manteca, que me hacía feliz, o poder repetir el hígado frito con cebolla. O me hacía la cama para que me quedara a dormir y ponía esas sábanas que parecían almidonadas. Me adoraba, pero no existía contacto físico y había que contextualizar… Estamos hablando de más de 70 años atrás”.

Desde el ventanal se aprecia el lluvioso atardecer y en un ratito Leonor se irá para el teatro. “Es lo único que tengo claro sobre mi futuro… Mañana Dios proveerá. Y previendo poco me ha ido bien, ¿sabés? Siempre, desde muy chica, supe que tendría una muy buena vida, aún sin tener la menor idea de lo que iba a hacer. Pero tenía el convencimiento que tendría un buen destino, como la única película que escribí y dirigí, que se llamó ‘El buen destino’, una de mis frases favoritas”.

Mar del Plata. Enviado especial

AS

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